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lunes, 23 de septiembre de 2013

Noveno capítulo de la novela La Motolita de Alberto Isaias Guilarte

Los pasillos del liceo retumbaban con la algarabía de los estudiantes en el primer día de clases, luego de las vacaciones. Lérida se dirige al segundo piso y al final del pasillo se encuentra el salón del 5° año de Ciencias “B”. Saluda a todos sus compañeros menos a Pedro su antiguo “levante” y a Nélida, la culona, alias “la metía”. Al ruedo de su falda le subió aproximadamente 15 cm., se le destaca el inicio de sus muslos y al sentarse cruzando sus piernas muestra su muslo y parte de la nalga blanquísima. Suena el timbre y los estudiantes entran a los salones de clases. Al instante entra un profesor alto, blanco, delgado, con pelo semi-canoso, con bigote. Inicia la clase presentándose: _ Muy buenos días tengan los futuros y próximos bachilleres de la República. Les habla el Profesor Alfonso Espejo, tengo 45 años, soy andino y no acepto que ninguno me irrespete llamándome gocho. Soy su profesor de Física. No tienen que llamarle las tres marías, si ustedes la estudian desde hoy y siempre la repasan no les quedará para reparación. No le tengan miedo y pregúnteme cuando tengan dudas. Aprendan a usar su razonamiento lógico. Piensen antes de resolver cualquier problema. Traten de entenderlo antes de ponerse a contestar como locos_ su voz convincente y fuerte impresionó a Lérida, sobre todo porque hasta ese momento ningún profesor había tratado de darle seguridad y la manera de estudiar la materia. Lérida se encontró con la mirada fuerte del Profesor, quien le escudriñaba sus piernas, disimuló un poco tratando de taparse la pierna con la falda y la descruzó, abriendo ambas rápidamente, el “picón” que le dio al profesor, le hizo voltear la cara hacia otro lugar, por algo llevó puesta su panty roja. Al terminar la clase se le acercó y dándole la mano derecha le expresó: _ Mucho gusto Profesor soy Lérida Gamarra; me gustó como dio su clase, su manera de orientarnos para estudiar su materia, la cual me interesaré en aprenderla desde hoy con su ayuda. _ Mucho gusto señorita. Yo desde el primer día de clases trato de ayudar a mis alumnos, si se dejan ayudar_ le contestó empastando la voz y apretándole la mano. Cuando ella la retiraba sintió que sus dedos se deslizaban por los suyos y sintió un cosquilleo y se estremeció sutilmente, devolviéndole una sonrisa y picándole el ojo. Luego de 5 clases, de darle suficientes picones y un “filtreo” ni tan disimulado, a la salida de clase el profesor Espejo, se le acercó a Lérida y le insinuó: _ Para conocer la inteligencia de una alumna brillante, ella tendrá que ser evaluada en un ambiente alegre sin las miradas inquisidoras de los envidiosos. ¿Te gustaría compartir esa experiencia? _ Claro que si profesor. Yo no pienso asistir a las dos últimas horas de clases de esta tarde. Espéreme al frente de la Plaza Carabobo, estaremos bailando unas horas para yo poder regresar temprano a mi casa. ¿Está usted de acuerdo?_ le respondió muy segura de si misma. _ Muy bien. Te espero a las 3:00 p. m. en esa Plaza. Nos divertiremos en secreto. En la tarde Lérida, llevó en su morral un sueter azul oscuro y otra falda del mismo color. Salió a las 2: 45 p. m. del liceo. A una cuadra se encuentra una fuente de soda, pidió permiso para ir al baño y de cambió la falda, amarrándose el sueter a la cintura. Tomó un autobusete y llegó tiempo a la cita. El profesor la esperaba en su carro, de último modelo. Se dirigieron a una discoteca del Este y bailaron durante dos horas. Ella le solicitó que la acercara a su casa. Antes de salir de salir de la discoteca, él se le aproximó y trató de besarla. Ella se le despegó y utilizando sus discursos más moralistas, le recriminó su actitud, alegando si había aceptado bailar con él, era porque le tenía confianza y no para que pensara mal de ella y querer aprovecharse rápidamente de ella, de salir en otra oportunidad debía comportarse como un caballero y como un verdadero docente. Él se excusó, le pidió disculpas y agradecía la posibilidad de volver a divertirse nuevamente. Antes de bajarse del carro le dijo: _ muchas gracias profe, la pasamos chévere. Pero acuérdese para la próxima debe ser todo un caballero controlado y así podremos ir a bailar otra vez. Nadie debe enterarse de esto. Okay. _ Así será señorita y también yo le guardo el secreto. Hasta lo más pronto. La rutina de la asistencia a clases le recordaba cuando era pequeña y sus padres la llevaban al parque de diversiones, le permitían montarse en “los caballitos que daban tantas vueltas y una no se mareaba porque eran suavecitas”. Era un entrar y salir de clases, contestar los interrogatorios, presentar exámenes escritos y copiar lo más resaltante de las materias. Le tocó su respectiva clase con el Profesor Espejo. Le parecía muy ameno como explicaba los conceptos teóricos, con ejemplos prácticos de la vida real y le enfatizaba con la aplicación de reglas nemotécnicas para aprender a despejar las fórmulas y recordar cuando aplicar la adecuada a cada problema. Ambos se trataron muy distantes delante de los alumnos. Al terminar los 45 minutos, sonó el timbre y sus compañeros salieron al receso con algarabía, parecía la “partida” de los caballos del Hipódromo “La Rinconada”. La fuerza y la energía vital de la juventud, se desborda en gritos eufóricos, risas, bromas entre algunos y comentarios acerca de los ejemplos prácticos. Gritos de sobrenombres y las invitaciones a comprar en la cantina, ir al patio o las chicas se acompañaban para acicalarse en los baños. Los más osados se atrevían a fumarse un cigarrito, contraviniendo la prohibición y arriesgándose a ser amonestados por algún profesor o profesora que los encontrara “con las manos en la masa”. _ Señorita Gamarra. No se vaya. ¿Por favor quédese necesito hablar con usted a solas_ le indicó el Profesor Espejo muy formalmente. _ Con todo gusto Profesor. ¿Qué es lo que usted desea?_ le respondió la curvilínea e insinuante alumna, tratando de bajar un poco la falda y haciéndole señas a su amiga Carmen para permanecer solos. _ Lérida. Dame otra oportunidad de comportarme como soy: un verdadero caballero. ¿Cuando volvemos a bailar? Te demostraré ser el individuo más respetuoso y formal, de todos los caballeros con los que has compartido_ Con su voz seductora y convincente logró motivarla. Con sus miradas penetrantes se escudriñaban, tratando de coincidir con las respuestas y en las motivaciones. _ Bueno “profe” está bien. Como yo voy muy bien en Geografía, me voy a “jubilar” a la segunda hora de esta tarde y hasta la última. Eso si, me tiene que llevar rápido a mi casa, antes que llegue mi papá como a las 7 de la noche y para no preocupar tampoco a mi mamá. Me esperas como el otro día a las 3 p. m. y en el mismo lugar. Se despidieron. Buscó a su amiga Carmen. Compraron galletas y refrescos. Al mediodía fue a almorzar a su casa. Se duchó rápidamente. Buscó un sueter blanco y una falda de color beige, los dobló cuidadosamente y los guardó en el morral. Ayudó a pelar, picar y freír los plátanos. Picó tomates, lechuga y pepinos, los lavó cuidadosamente par luego aderezarlos con aceite de oliva, vinagre, limón y un toque de sal. Su mamá la observaba cuando diligentemente puso los tapetes, los cubiertos, sirvió el jugo de lechoza y los platos de caraotas, arroz blanco y la carne esmechada. De esta manera completó el celebre “pabellón criollo con barandas”. _ Mami hay un profesor que a pesar de que suena el timbre a las 6 de la tarde, él no sale corriendo como otros y nos quedamos media hora adelantando la materia, luego tengo que esperar que no pasen las camionetas “tan full” para poderme venir, sin que me estén apechugando los hombres. Como toda buena señorita, no es bueno que la “amapuche” ningún hombre. Así que llego un poco tarde hoy es por esas razones. Si mi papá llega antes que yo, te agradezco lo calmes diciéndole las causas por las cuales podría llegar tarde. A veces no se consigue cola en la avenida que siempre se congestiona. Tu sabes el tráfico caraqueño es una cajita de sorpresa. _ ¡Me entiendes mami!_ le argumentó la astuta y manipuladora adolescente. _ Si hija. No te preocupes. Yo confío en ti y se la calidad de hija con que contamos. Ojalá otras muchachas fueran tan obedientes, recatadas y moralistas como tú. Se evitarían tantas enfermedades sexuales, las barrigas indeseadas y sobre todo no traerían esos pobres niñitos a sufrir a este mundo perverso y corrompido. Ya tú los ves son los niñitos de la calle, los “huele pega”, los ”recogelatas”, loquitos y mendigos, atracadores y balandritos_ enfatizó la madre haciendo una disertación como profesora de ética y de moral, recalcando sus palabras muy lentamente y suspirando profundamente. _ ¡Ay mamá! Me aturde tanto argumento cursi y te pareces una monjita. No es para tanto. Yo se donde estoy parada y se me cuidar. Y Dios y las Vírgenes que nombra mi abuelita me cuidan_ le contestó tratando de cortar su discurso comparativo de su aparente buen comportamiento. _ ¡Lérida Gamarra respete a su madre caray! ¿ Qué guarandingas son esas con que usted me está saliendo? Esas son verdades y por la verdad murió Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador que la cuida, la protege y la salva de todo peligro y mal. _ Tá bien mamá. Cálmate. No es para tanto. Yo les obedezco y me porto bien en todo lugar y en todo momento. Hasta ahora mami, la bendición. _ Dios me la bendiga, los ángeles la acompañen y los velos de las vírgenes la protejan de todo mal. _ Amén. Amén. Ya está bueno y hasta la tarde. Tomó el morral y salió aprisa, como siempre. Esperó la camioneta de la “línea autobusera”, la cual la dejaba a pocas cuadras del liceo. Entró a clase y en el receso de las 2:30 p. m., se le aproximó al portero para decirle: _ ¡Ay señor Juan! Me va a ser el favor de abrirme la puerta, porque tengo que ir al dentista. Usted sabe que nunca me voy temprano. Hoy porque tengo esa cita. Muchas gracias y hasta mañana. Salió del liceo y a tiempo abordó la camioneta para dirigirse a su destino. Las emociones incontenibles, no podían precisar si era alegría, miedo o la confusión de la mezcla de ambas, le aceleraban el pulso y oía latir su corazón como las campanadas de la Catedral de Caracas. Otra vez se encontraba con un hombre, quien le había prometido portarse bien ¿ y por qué estaba temblando? Si ella controló la situación cuando el profesor Espejo quiso besarla. Siempre tenía un sustico, cuando se escapaba de clases para una aventura amorosa. Hasta ahora todo le había salido bien, nadie conocido la había visto y hoy también me iría bien. <>

1 comentario:

  1. Hay Lêrida cuando vas a cambiar, esta muy buena la novela, espero que sea todo un exito. Lo felicito.

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