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sábado, 21 de septiembre de 2013

Septimo capítulo de la novela La Motolita de Alberto Isaías Guilarte

Una tarde Lérida camina a prisa para llegar temprano a clases, cuando oye unos pasos fuertes, voltea y se le aproxima Joao. Quien le saluda y le reclama tenerlo en el olvido. Él le ratifica tener tiempo para pasar un rato agradable, su cuñado atiende su abasto ya que “fue de compra”. La convence para tomar un taxi, lo abordan y le indica al conductor dirigirse a la zona hotelera cercana a Plaza Venezuela, le indica entra a uno, era conocido para ambos. Paga la “carrera” y busca la llave de la habitación, la cual abre apurado y la pareja penetra a prisa. Ella cierra la puerta y percibe el olor a “pachulí”<> _ Claro que si entendí. Voy a tené que preguntarle a pavitus venezuelanos cual es el perfume que ellos usan lo anoto y cuando vaya a comprarlo, los huelo y compro que no sea tan caru, mira que la vaina está cada día muy malusa_ contestó el sorprendido amante, algo molesto. _ Mira Portu, no me hagas arrechar porque ese tufito se me mete hasta las esternillas y me da ganas de vomitar. Ahora te vas a tené que bañar tú solo! Anda a bañarte carajo, te echas suficiente jabón y champú. Te quitas ese tufito inmediatamente o yo no voy a estar contigo! _ lo reprendió con rabia y el hombre la percibió más alta y más fuerte. El luisitano disimula su molestia y pasa al baño, abre la ducha fuertemente, se enjabona varias veces y la espuma del champú se escurre por el albañal. Completamente seco se le aproxima a la molesta amante, quien lo huele una y notar vez. _ No portu no pasaste la prueba. Vete a bañar otra vez y te enjabonas varias veces. Y yo te oleré otra vez_ se lo dice gritándole e indicándole el baño. El hombre resopla y resopla como una bestia; su cara encendida de la rabia contenida y en silencio se baña, enjabonándose varias veces. Otra vez completamente seco y con una toalla cubriéndole de la cintura hacia abajo se le acercó a la joven. Ella lo huele una y otra vez. Se ríe y le aprueba la acción realizada. Y no lo deja expresarse mandándolo a callar. Este rol de mujer fuerte lo excita, le quita la ropa violentamente, la besa y la acaricia frenéticamente. Al momento de penetrarla, siente la mejor de las sensaciones y los anhelados fluidos lo hacen precipitar su orgasmo. Lanzó un grito que asusta a Lérida. _ Porqué a mi me tuvo que pasar esta calamidade. Caraju será que me estoy puniendo vieju y no voy a podé serví pa nada. Mi amur perdóname y no va a volvé a suceder…perdóname. _ Llorando el hombre se disculpa con la mujer recia, molesta y rechazante. Le grita:<> Se para violentamente de la cama, va al baño, se asea y se viste aprisa. El hombre trata de excusarse, le pide disculpas, que no va a volver a suceder, que lo perdone pero no soportaría el fin de esa relación. Lérida salió furiosa y tiró la puerta, caminó rápido por el pasillo lleno de habitaciones, se dirige al estacionamiento y dando zancadas sale del hotel, se dirige a una parada de autobuses y se monta en la camioneta de la ruta a su casa. Joao quedó aturdido, desorientado, no sabe que hacer. Entrega la llave al dependiente y corre tratando de encontrar a la joven, le da varias vueltas a la manzana y al no conseguirla se embarca en una camioneta que lo lleva cerca de su negocio. Su cuñado lo interroga al llegar, está pálido, tiene dificultad para respirar y la taquicardia lo ahoga. Lo convence para cerrar el abastos y toman un taxi para trasladarse a un hospital público. Al llegar a la emergencia, un médico lo examina y deciden dejarlo en observación. Joao dice estaba bien de repente y lo empezó todos esos síntomas. Su condición de hombre, con una eyaculación precoz no esperada, sintiéndose perdido ante la ruptura de una relación amorosa, gratificante de su machismo y de mejores satisfacciones. Su esposa era fría, tradicional e inexpresiva, no era cariñosa y ardiente como Lérida. No iba a aceptar perderla. Pero no podía expresarle nada a nadie, si su mujer se enteraba, lo demandaba por infiel. Como buena practicante de la religión católica, ella no se perdonaría nunca. Todos se lo iban a recriminar. El médico lo interrogaba para saber si confrontaba problemas en su matrimonio, si sus negocios iban mal, si había peleado o había sido asaltado por delincuentes. Todo lo negaba y no alegaba causas de su padecimiento. Permanece dos días en la emergencia y le dan de alta. Es otro hombre, derrotado, ensimismado, con la mirada extraviada. Cabizbajo, introvertido. Solo responde con monosílabos. Su esposa al verlo en esas condiciones llora desconsoladamente. Su cuñado le pregunta si es que estuvo con otra mujer y lo niega moviendo incesantemente la cabeza. No le provoca salir y a regañadientes de su esposa, logra comer lo indispensable. Su depresión lo va convirtiendo en un saco de huesos. El cuñado al no tener sus habilidades y destrezas para las ventas, para comerciar y atender pacientemente a los clientes, decide con su hermana vender el negocio. Acuerdan volverse a Portugal. Al estar con su familia, la pena y la culpa lo van acorralando. Todas las noches tiene pesadillas y grita un nombre de mujer. Se resiste a confesarse con un sacerdote amigo de la familia, quien lo ha visitado para persuadirlo de su actitud y para que se confiese y alivie su alma. Se torna violento y lo dejan tranquilo. Ha perdido 10 kilos y casi no ingiere alimentos. A los 6 meses de haber llegado a su pueblo, muere Joao. Llevándose su secreto a la tumba. A Lérida le pareció muy extraño, no ver más a Joao en el negocio, no se atrevió a preguntarle su paradero a su cuñado. Todos comentaron en la cuadra la manera como el cuñado llevó a la quiebra el negocio. Joao era “el propio”, él era el alma del abastos. Pedro no tenía el guaramo, la voluntad, la perseverancia, la tolerancia y las herramientas de comerciante hábil, exitoso y simpático de su cuñado. Alguien llevó la noticia a la casa <> Al oír esto Lérida, tiembla se pone pálida y se le acorta la respiración. Siente que todo le da vueltas y mareada va a su cuarto. No le informa de su malestar a ninguno de sus familiares. Al no poder levantarse de la cama su mamá le llevó la cena. Escarbó la comida con el tenedor, se llevó poco alimento a la boca y dejó casi todo el palto intacto. Sus padres le llamaron la atención diciéndole que tanta preocupación por sus estudios la estaban enfermando, debía descansar. Esa noche no pudo dormir y el rostro de Joao no se le quitaba de la mente<>Se paró de la cama amaneciendo y llamó a su mamá<> <> Acurrucada a su madre, recibiendo sus caricias y atenciones: le puso en la frente un pañuelo con alcoholado, diciéndole<> Así pudo dormirse y ese día no fue al Liceo. Sus ojeras dibujaban unas sombras negras en sus párpados y pómulos. Parecía una máscara y durante el día permaneció aturdida y confundida. Se mostró inmutable con sus familiares y el tiempo cómplice le guardó el secreto. Ya en su corta vida había contribuido a “matar de amor” a dos hombres extranjeros. La sombra de la fatalidad y el pesar amenazaba con arroparla. Hizo grandes esfuerzos y logró salir de la depresión. La tristeza a fuerza de “alegrarse a juro” y salir a divertirse. Decirse una y otra vez <> Se lo repetía a cada instante y la autosugestión le dio excelentes resultados. Decidió no involucrarse por algún tiempo con ningún hombre. Las enseñanzas y ejemplos de su madre y su abuela, fueron conformando un velo protector de moralidad, de las buenas costumbres y de tradiciones ejemplares. La lascivia, los deseos, la lujuria son la lluvia acida y el velo inmaculado, puro, limpio y oloroso de la castidad se va perforando. La constante contradicción entre ser casta, pura y buena luchando por ser pecadora, ardiente y lujuriosa vencen la cruzada de perfección y al estar acostumbrada a no sentir culpa, remordimientos y “ si no te da ratones morales” cualquier circunstancia erótica te lleva a seguir los caminos escabrosos de la perdición.

2 comentarios:

  1. Hay Don Alberto la motolita esta bien interesante, pobre hombre fue muy fuerte lo que le sucedio.

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  2. Hay Don Alberto la motolita esta bien interesante, pobre hombre fue muy fuerte lo que le sucedio.

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