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viernes, 16 de mayo de 2014

Capítitulo V" El andariego feliz" de Alberto Isaías Guilarte

Un sábado de septiembre de 1934 se va a realizar la boda eclesiástica y por civil de Eufracia y Tomás, es el acontecimiento social más importante a realizaren ese pueblo. En la mañana se efectuó el matrimonio civil. A las 5 de la tarde llega Eufracia en el carro de su papá a la puerta de la iglesia, su vestido de novia tiene una cola de dos metros, que es llevada por dos pajecitos. Tomás viste un traje liquiliqui también de color blanco, con yuntas de oro en el cuello y la espera al frente del altar. La iglesia está llena, no sólo de invitados, sino de muchas personas curiosas, quieren ver la ceremonia. Al bajarse del carro Cleto le da el brazo derecho para que se entrelace su hija y la conduce lentamente al altar, a entregársela a Tomás, a quien le dice: _Hijo aquí te la entrego para que la hagas muy feliz. ¡Cuidado con una vaina yerno! _ Ni lo piense suegro. Ese será mi principal objetivo en la vida. Después de la misa de “velación” y de la ceremonia, Tomás enlaza el brazo derecho de Eufracia y lentamente la conduce a la entrada, mientras un conjunto de música criolla toca joropos. ¡Que vivan los novios! ¡Que vivan los novios!_grita la muchedumbre a la salida de la iglesia. La fiesta dura hasta la madrugada, se sirvió una parrillada de dos novillas y dos marranitos, bebidas que alcanzaron para todos los numerosos invitados. A los días el chofer de Cleto llegó al recién inaugurado hotel de “Las Trincheras”, en las aguas termales, donde los recién casados pasaron su luna de miel. En el transcurrir de una década, la rutina de un pueblo básicamente ganadero no permite impactar a sus habitantes sino por los acontecimientos trágicos. La familia Cabeza Santos creció con la venida de Leoncio, Hermenegilda, nació a los dos años de su primer hermano; Sol ,Helena y Emilio, completan la descendencia de la pareja. La vida campestre transcurre y fluye sin prisa, marcada por la corriente del riachuelo, el trinar de los turpiales, el mugir de las vacas, el clarín de los gallos, el ladrar de los perros y el galope de los caballos. Al salir el sol, se esparce el perfume del café colao, el concierto de los mazos de los pilones golpeando el maíz sancochado para hacer la masa de las arepas, las canciones de los ordeñadores de las vacas. A las 6 de la mañana, el repicar de las campanas de la iglesia. Así pasa y transcurren los días, las semanas y los años… el tiempo no cambia es el hombre que va pasando por ciclos vitales, de niño a adolescente, de adulto a viejo… hasta que partimos de este mundo. Leoncio, de 9 años, estudia 2° grado en la escuela de Filomena Travieso; Hermenegilda, de 7 años, estudia primer grado en esa misma escuela; Sol; de 6 años, aprende las letras en la casa de María González; Helena, de 5 años, la cuida la cuñada y Emilio, cumplió 4 años. Eufracia amamantó a sus cuatro primeros hijos, menos a Emilio, a quien le trían a una jovencita, recién parida, para amamantarlo. Eufracia no tenía paciencia con sus hijos, a veces le pegaba cuando peleaban o le exigían atención, les gritaba y se comunicaba con Tomás gritándolo o ofendiéndolo con groserías. Tomás le pedía consejos a Cleto y él le pedía tener paciencia:<> La situación en el hogar se agudizó cuando Eufracia se quedó en silencio, en su cuarto, no hablaba con nadie y no peleaba a su esposo. Tomás buscó un “curioso” quien con unas ramas aromáticas la “santiguó” para sacarle todo lo malo y este exorcismo no funcionó, porque mantenía la misma actitud. En el pueblo se corrió la noticia, era consecuencia de una brujería, a lo mejor de una “quería del bachiller” y se lo pasaba “lela” (ensimismada). Las muchachas de servicio de Tomás atendían a los niños. Una madrugada Tomás al pararse para orinar en el patio, notó que Eufracia se había levantado y no estaba en la casa, rápidamente le tocó la puerta a sus suegros y angustiado le gritó llorando: _ ¡Suegro se me fue la mujer, no la encuentro en mi casa y en el pueblo! _Cálmate Tomás, con mis hombres y vecinos rastrearemos los caminos hasta encontrarla_ le contestó Cleto. Así lo hicieron y 20 hombres a cabellos se dispersaron por varios caminos, escudriñaron la mayoría de los vericuetos y sitios más recónditos, llegaron muy tristes y angustiados al pueblo. Tomás sintió un desgarro en el alma, una parte de él se había ido también, la melancolía y la tristeza lo acompañaban diariamente, pasó varios días sin poder dormir una noche completa, casi no comía y hacía grandes esfuerzos para atender a todos sus hijos, enflaqueció mucho. Sus suegros lo convencieron para asistir a una consulta médica y lo obligaron a mudarse, con sus hijos a la casa de ellos. Procuraban tomara reconstituyentes en base a aceite de pescado, lo alimentaban muy bien con sancochos, parrillas y quesos. Sólo así pudo recuperarse de ese dolor inmenso, aumentar de peso y volver a reír. En un medio donde se exacerba el machismo, un hombre al no tener a su pareja, le cuesta suplirla en la atención de los niños, las faenas del hogar y el amor maravilloso de una madre. La solidaridad de los amigos y conocidos de la familia, lo ayudaron a irse nuevamente integrándose a la vida social del pueblo, los invitaban a las fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos y lo visitaban para distraerlo charlando de los temas de actualidad, los acontecimientos políticos y sucesos del pueblo. A los 6 meses de la ida de Eufracia, Tomás convenció a sus suegros para llevarse a sus hijos a su pueblo de origen, por tener allí otros familiares quienes lo ayudarían en la crianza de sus 5 hijos, jamás los olvidaría y cuando pudiera los visitarían. A Cleto y Juana les afectó muchísimo la desaparición de Eufracia y la ida de Tomás y sus nietos para Anaco. A pesar de haberla buscado por los estados cercanos, no la encontraron y la dieron por muerta. Igualmente el médico del pueblo, por insistencia de los vecinos, fue a examinarlos en su casa, les exigió seguir el mismo tratamiento indicado a Tomás, más “valeriana” para los nervios y el descanso nocturno. Las mujeres de servicio y los peones de Cleto, le prodigaban los mejores servicios a la pareja, el sacerdote los visitaba más a menudo y los amigos los obligaban a ir a las actividades sociales del pueblo, contribuyendo a sacarlos de la depresión por la ida de su hija, yerno y nietos. Cleto ahora estaba más pendiente de su ganado y de las siembras, conversaba más con los peones y criadas, saludaba a todos y se volvió más caritativo. Anteriormente no aceptaba ser padrino de ningún niño, para no igualarse con la población. Con Juana pasaban el centenar de ahijados y los compadres se sentían por las nubes al definirse: <> Para las fiestas navideñas los ahijados, bien vestiditos llegaban a la casa y con los brazos cruzados y con una rodilla en el piso les decían: _ ¡madrinita y padrinito échenme su santa bendición! Y ellos haciendo la cruz con su mano derecha les decían: JESÚS y la VIRGEN DEL CARMEN te bendigan y te hagan un hombre (o una mujer) de bien. Luego le daban “un fuerte” y un juguete. Para esos niños que carecían de lo indispensable, ese era uno de los días más felices de su vida. También la pareja hacía donaciones a la escuela, a la iglesia y a la medicatura. Con sus obras benéficas, mitigaban un poco el dolor de la ausencia de sus familiares…pero la procesión va por dentro. Les da nostalgia un atardecer o un amanecer en la sabana, a las orillas del río .Al nacer el becerrito, al enrojecerse las nubes con la migración de las garzas corocoras. Con el canto de las guacharacas y el concierto de los “cristofué”, de las chicharras y de los turpiales. Al encapotarse las nubes y al desparramarse las tremendas tormentas, el chasquido de la lluvia en las tejas, el fluir de los riachuelos y el aroma del mastranto. Cuando se veían se contagiaban al ver las lágrimas involuntarias rodar por sus mejillas. Y se decían: _ de que nos sirve la plata y los bienes si nos está matando la tristeza y la melancolía porque ellos no están con nosotros.

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