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viernes, 16 de mayo de 2014

Capítulo II "El andariego feliz" de Alberto Isaías Guilarte

Tomás Cabeza continúa conociendo los personajes importantes del pueblo, lo hace gracias a sus habilidades en la conversación y por poseer ese carisma para ser querido y hacer amigos de repente. Decide cortarse el pelo con el dueño de la barbería “El fígaro”, Ernesto Solarino, italiano nacido en Sicilia, de 75 años, de contextura fuerte, de estatura baja, su nariz aguileña grande lo diferencia de los nativos y la piel blanca ya se ha curtido por el inclemente sol. A pesar de tener 30 años en el país, todavía pronuncia palabras mezcladas con su lengua nativa. _Buenos días amigo barbero yo soy el Bachiller Tomás Cabeza, ya me mientan “el ilustrado”, mucho gusto, estoy recién llegado al pueblo y antes que nada vengo a afeitarme para andar menos acalorado. _ Buenos días “amico”, yo soy Ernesto Solarino, bienvenuto. ¿Como le corto el pelo? Muy corto, mediano o le saco el corte y se lo dejo “larco”. _Lo quiero regular para no tener tanto calor, por cierto quien si no es usted el que me puede informar de los personajes importantes de este pueblo. _ ¿Cómo lo adivinó? Por aquí pasan todos los importantes y no importantes a cortarse el pelo. Empezamos por Juan “Patrino” el jefe civil; Juan Cisco, el cura español, le dicen por cariño”el españoleto” pero él no lo sabe; el “tiniente” Francisco Guatache, es el jefe de los “pulicías”;Pedro Maneiro, el ganadero millonario y Nicanor Peralta, el de la bodega más grande. Por ahí si conoce a uno va ir “conochendo” a los otros, porque siempre se están relacionando. _ Muchas gracias amigo Ernesto, ya usted será mi barbero. Después de haberle rebajado un poco el pelo y haberle hecho la forma cuadrada en la nuca, le cobró un real. Tomás se despidió agradeciendo su gentileza en haberle suministrado esta información vital para relacionarse en el pueblo. Luego de colocarse el sombrero de pajilla, al salir la brisa le refresca al entrar en contacto con la loción mentolada en su cabeza; el soplo del calor de la calle lo hace sudar de inmediato. Se dirige a un negocio pequeño, al lado de la bodega:”La cruz del llano”, pide un jugo natural de guayaba, que el dependiente saca de una jarra de vidrio de una nevera a kerosene y se la sirve en una tapara mediana, le paga una locha y sale de la “guarapera”. Se dirige a la oficina de correos para observar al telegrafista trabajando, éste es de contextura gruesa, pelo negro, labios y nariz gruesa. Tiene una gorra en forma de visera, camisa de kaki manga larga, con una banda elástica negra en ambos antebrazos para acortar la manga. Con mucha precisión va golpeando con su dedo índice el cabezal del telégrafo, su sonido agudo va trasmitiendo los telegramas a otros destinos, en un gran cajón con rejillas va colocando los sobre de cartas recibidas y por enviar. Cada tres días llega “un cartero” en un caballo viejo a traer y llevar la correspondencia a otros pueblos. ¬_ Señor ¿Quién es usted y que me mira tanto? ¿No ha visto como trabaja un telegrafista? _ Disculpe amigo yo soy el Bachiller Tomás Cabeza y me acerqué a ver como usted trabaja. _ Yo soy Juan Tabares, telegrafista graduado, a sus órdenes, cuando quiera enviar una carta o un telegrama, aquí estamos a su mandar, caracha. _ Bueno amigo Juan, mucho gusto, siga trabajando_ le dio la mano y ambos la apretaron. Siguió caminando hacia la Plaza Bolívar y cada vez que pasaba una dama, se tocaba el ala del sombrero en señal de saludo, dándole los buenos días. A media mañana llegó al Bar “El benemérito”, dio los buenos días y pidió un ron puro, una mesonera robusta le sonrió y le contestó: _ buenos días mi amor, con todo gusto te sirvo un cocuy en un vaso pequeño, es un real por vaso ¿y como mientan al hermoso caballero? A me llaman Margarita, para servirle cuando quiera venir a tomar en este negocio. _ Mucho gusto, bella damisela de la corte del Olimpo, ya que tu gracia te corona y el servir con denuedo te engalana. _ Adiós cará eres todo un letrado y hablas en copla muy bonito. Tomás se persignó y de solo sorbo se tomó el aguardiente, moviendo la cabeza como si tuviese un escalofrío. Le dio un bolívar y le manifestó se quedara con la propina para empezar bien el día. Al llegar al árbol grande de mamón, se le acercó un hombre de edad medina, mal vestido, con un sombrero de cogollo roto y nervioso le preguntó: _ amigo usted anda a pié y ¿no tiene bestia? Yo soy el que cuida los cabellos y los burros, lo amarran allá y cundo lo vienen a buscá me dan lo que puedan. A mi me llaman “Alcaravancito” y aquí siempre me va a encontrá. Ja ja ja. _ Bueno “Alcaravancito” cuando compre un caballo, lo traeré para que me lo cuides. Yo soy Tomás Cabeza. Ya el sol molestaba con su ímpetu y la guayabera la tenía empapada de sudor, decidió volver a su casa, en el patio tenía cinco gallos finos de pelea y tres gallinas ponedoras. Tomó dos huevos y en una olla pequeña le echó agua a la mitad y con un fósforo encendió un “reverbero” de kerosene, este sería su desayuno. A horas del mediodía, el calor lo aturde y decide reposar en su chinchorro hasta las tres de la tarde, cuando va a la bodega y compra media lechosa, galletas de soda y medio kilo de queso duro, se devuelve a su casa y cuando le de hambre hará otra comida. En la noche acude al bar, que se llena de parroquianos, hablan de los chismes del pueblo, de sus mujeres, de lo que pasa en la capital y no tocan la política porque el que hable mal del General Gómez lo meten preso, en la cárcel del pueblo. En las cuatro esquinas y a mitad de cada cuadra hay faroles, que el llamado ”farolero” debía encender para medio iluminar el centro del pueblo, los luceros titilatantes, le dan vida a la noche oscura. Son muy pocos lo que se atreven a transitar en la oscurana, los cuentos de aparecidos, de “la llorona”, del”silbón”, del “tirano Aguirre” los acobarda y les obliga a acostarse temprano. Las noches son de un silencio que aturde y así descansan todos los habitantes de este pueblo pujante. Es una rutina inevitable que cada habitante realiza, los ordeñadores se levantan muy temprano a sacar leches de las abundantes ubres de las vacas, en recipientes metálicos los mandan al pueblo a vender en la bodega, otros hacen cuajada y queso. Los agricultores van arreando los burros viejos que tiran el arado, esparcen las semillas de maíz, de frijoles o de caraotas en los surcos y esperan esperanzados la cosecha, para vender en el pueblo y alimentar a su familia. Los cantos de los gallos son los que dan el inicio del nuevo día. También los ganaderos llevan arreando el ganado para que coman pasto y beban agua en los grandes pozos. Los llaneros para todas sus faenas van canturreando, sobre los caballos, al ordeñar y cuando siembran, es lo que le impregna alegría a su vida, en un medio agreste y hostil

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