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viernes, 16 de mayo de 2014

Capítulo VI" El andariego feliz" de Alberto Isaías Guilarte"

Tomás, con sus 5 hijos: Leoncio, Hermenegilda, Sol, Helena y Emilio, llegaron a la casa de un primo, Juan Cabezas, se desempeñaba como ayudante de perforador de pozo petrolero y tenía en su casa una bodega, atendida por su mujer Claudia Guarache, de cuya unión habían procreado cuatro hijos: Soledad, de 10 años, Maritza, de 8 años, Petra, de 6 años y Eulogio, de 4 años. Tomás les exigió el favor de alojarlos por unos días, mientras buscaba comprar una casa. Se acomodaron en colchonetas y las niñas durmieron en las camas de las otras niñas. Al transcurrir una semana, de buscar comprar la casa, Tomás encontró una casa con un patio grande y pudo adquirirla. Compró camas, colchonetas y chinchorros para todos. Realizaba todos los oficios de la casa, hacía la comida para los niños y para él, lavaba la ropa, limpiaba y estaba muy pendiente de sus necesidades. Inscribió a Leoncio y a Hermenegildo en una escuela pública, a Sol le llevaba a casa de una señora, quien enseñaba a leer y escribir a los niños, cerca de su casa. A Helena y Emilio los cuidaba Claudia, cuando Tomás se ausentaba para buscar trabajo y hacer diligencias. Su primo Juan habló con “los musiús” de la Creole, que dirigían la explotación del pozo petrolero, para conseguirle un trabajo como ayudante de “perforador”, le dieron el empleo y a la semana lo contrataron y pudo ir aprendiendo ese arduo trabajo. La faena se iniciaba las 7 de la mañana para aprovechar adelantar los trabajos “en la fresca” como decían por allá, antes que el sol intenso los quemara y los deshidratara. Como medida de seguridad debían tener puestos los cascos metálicos, usar los guantes fuertes para operar los taladros. Cuando llegaban a penetrar el pozo de “oro negro”, los chorros como géiseres queriendo besar las nubes, bañaban a todos los obreros y a los jefes, quienes reían al aumentar sus ingresos, que se fugaban para el Norte. En el pozo número 30, donde trabajaba Tomás, en el momento de “reventar” la lluvia negra, un aprendiz se resbalo y el taladro lo haló hacia abajo y lo destrozó. Tomás había compartido con “el indio” y al verlo en esas condiciones, no paraba de temblar. Durante un año vio tres accidentes parecidos, la sangre derramada se teñía de negro y en la noche el insomnio no le permitía el descanso para el día siguiente madrugar e irse a integrarse a los equipos de perforación del “gigante negro”. Tomás adquirió músculos fuertes, se acostumbró a realizar esas faenas rudas. Cuando metió su renuncia, con la “liquidación”, montó una bodega, para poder cuidar y atender a sus hijos. Cerca de la Plaza Bolívar vivía Petra Palacios, de 19 años, blanca, de estatura pequeña, gordita, de pelo rubio, de nariz gruesa y muy simpática. Tomás cuando iba a tomar en el Bar “El petrolero” pasaba al frente de la casa de Petra y empezó a sentirse atraído por ella. Rutinariamente iba a misa a la iglesia del pueblo, cuya patrona era la Santísima Virgen del Valle del Espíritu Santo. Esperaba después de ir a misa de las 7 de la mañana, la siguiente a las 10 a .m., a la que asistía ella, la buscaba por las dos naves de la iglesia, al verla trataba de sentarse a unos pocos bancos, para verla mejor. Petra como integrante de la cofradía “de la Virgen del Carmen”, asistía después de la misa a la reunión semanal. Tomás habló con el Padre Juan D'Agostino, italiano con 15 años de servicio en esa iglesia, para inscribirse en la Cofradía de “la Virgen del Carmen” y asistir a sus reuniones. El sacerdote se alegró mucho porque había pocos hombres en ese grupo. El domingo siguiente Tomás después de asistir a la misa de las 10 a. m., se quedó para la reunión de la Cofradía. El Padre Juan inició la reunión y dejó a cargo a la presidente de la Cofradía, una persona mayor quien presentó a Tomás a todos los presentes. Cuando Tomás le dio la mano a Petra, se la apretó suave y la miró a los ojos diciéndole: _ La diosa Venus del Olimpo bajó con su belleza a irradiar paz y consuelo a los mortales solitarios. Es un honor conocerla señorita. Estaba emocionado. _ Mi nombre es Petra Palacios, a su mandar. Y usted es “faculto” en decir cosas bonitas_ le contestó con timidez y le retiró la mano. _ Soy el bachiller Tomás Cabeza, recién llegado a este pueblo y vamos a ser grandes amigos. _ Mire señor no galope tan rápido que lo puede “tumbá el caballo”. Eso aquí es poco a poco. Bienvenido a la Cofradía de “la Virgen del Carmen”. _ Muchas gracias Petra, así será. Mucho gusto en conocerte. Después de discutir las programaciones y planes se terminó la reunión y todos se retiraron. Tomás se dedicó por completo a atender su negocio, al cual con el tiempo fue agrandando, y a sus hijos. Los domingos asistía a misa de las 10 a. m. y veía a Petra, también en las reuniones de la Cofradía. Al año de estos encuentros, Tomás se decide confesar su amor a Petra, quien también se sentía atraída hacia él. Aprovechando estar solos, a la salida de la reunión, Tomás le dice: _ Petra, en todo este tiempo se ha intensificado mi amor por ti, y sé que es recíproco, vente a vivir para mi casa y serás la madre de mis cinco hijos, su mamá enloqueció y se perdió en el Llano, no he sabido más nada de ella. Por nuestro amor vamos a probar ser felices con mis hijos, que van a ser tus hijos_ se lo recalcó. _ Mi amor, me halaga tu declaración y porque te amo te corresponderé. Me sorprendió que me dijeras “sin anestesia” lo de tus hijos, está bien los criaremos y yo seré su mamá_ le contestó muy contenta.

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